Si España era el problema y
Europa, la solución, los datos de 2012 confirman que también en términos
económicos, la solución está en Europa. Y en otros mercados. En los últimos
ejercicios el sector exterior es el único que regala alegrías a la economía. Si
no fuera por el dinamismo de sus exportaciones, la recesión sería mucho más
profunda.
La balanza por cuenta corriente
—esto es, el saldo de las operaciones de bienes, servicios y transferencias
entre España y el resto del mundo— viene arrojando un signo positivo que
convierte al sector exterior en el principal activo de la economía. Es algo
sustantivo, puesto que una de sus principales debilidades en la época de la
burbuja estribaba en el extraordinario déficit del 10% del PIB en la balanza de
pagos.
La balanza comercial sigue
mejorando, pese a que la recesiva coyuntura de la eurozona aminore su capacidad
de absorción de las exportaciones. Al tiempo, las importaciones siguen con
fuerza a la baja —y ese es uno de los secretos del saldo— por el escaso pulso
de la demanda. La balanza de servicios también resulta positiva, gracias a la
industria turística. Y la cuenta financiera ha compensado en los últimos meses
buena parte de la desastrosa fuga de capitales de la primera mitad del año
pasado.
Si el sector exterior es el único
que tira de la economía, lo lógico sería modular la política económica en
función de los parámetros que facilitan su buena conducta, a favor de las
apuestas implícitas sectoriales que están en la base de los resultados
comerciales: el sector agroalimentario, el del automóvil... Esperemos que el
presidente del Gobierno ofrezca hoy alguna pista en este sentido durante el
debate sobre el estado de la nación.
Por vez primera en la historia,
los últimos meses arrojan saldos comerciales positivos respecto a los socios
europeos. La tasa de cobertura en el comercio de mercancías (valor de las
exportaciones menos valor de las importaciones) arroja índices históricos.
Aunque en algunos meses eso se deba más a la debilidad de las importaciones que
a la fortaleza de las exportaciones; y aunque la acelerada caída de la
actividad europea en los últimos meses de 2012 haya acabado lastrando la
potencialidad exportadora: un indicio más para cuestionar el sesgo de excesiva
austeridad de la política económica continental.
El empuje de las exportaciones
fue parejo al crecimiento del mercado internacional, lo que ha permitido que
España conserve su cuota comercial mundial, en un entorno de caída de los
socios europeos, salvo Alemania, y de ascenso de los emergentes: otra buena
noticia. Ahora bien, la buena conducta exterior es muy tributaria del desplome
del mercado doméstico y de una mejora de la competitividad excesivamente
deudora de la caída salarial. Eso plantea interrogantes de sostenibilidad para
cuando, acabada la recesión, aumenten la demanda y los salarios. Por eso urge
reabrir el debate sobre la necesidad de estímulos transversales a la
exportación.
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